Y en momentos como estos solo hace falta una cosa, amigas, las que sé que estarán ahí. Las que conozco a algunas hace mucho tiempo, y a otras no tanto. Las que no siempre salimos juntas, pero sé que si descuelgo el teléfono, allí estaran ellas.
Después, de repente, empieza a granizar. Con fuerza, de una manera increible. Y entonces corremos, corremos como locos y nos refugiamos frente a un portal, casi resbalándonos para protegernos del granizo. Nos quedamos así, al frío, bajo un balcón. Después, la granizada poco a poco se transforma en nieve. Nieva. Pero la nieve se deshace antes de tocar el suelo. Nosotros nos sonreimos aún un momento, él da un mordisco a su bola de arroz y yo intento besarlo... Y después, pluf, precisamente como la nieve, también este recuerdo se deshace. No hay nunca un porqué para un recuerdo; llega de repente así, sin pedir permiso. Y nunca sabes cuándo se marchará. Lo único que sabes es que lamentablemente volverá. Aunque por lo general son instantes. Y ahora sé como hacerlo. Basta con no detenerse demasiado. En cuanto llega el recuerdo, hay que alejarse rápidamente, hacerlo en seguida, sin miramientos, sin concesiones, sin enfocarlo, sin jugar con él. Sin hacerse daño. Así, mucho mejor... Ahora ya ha pasado. La nieve se ha deshecho del todo.
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